Hay obras de arte que
golpean tras el primer vistazo. Se arquean entonces las cejas y un cosquilleo
sube por el torso mientras te acercas a ellas. La sensación no es,
desgraciadamente, frecuente, y la experimenté hace un par de semanas, en la
segunda planta de la exposición
sobre Tristan Tzara que ahora se encuentra en el MAMCS
en Estrasburgo. Me topé de bruces con tres bustos primitivos, tallados en
piedra, ya casi al final de la exposición. Con la mirada vacía y apacible, fija
en algún punto, me sugerían antiguos dioses, de un periodo anterior a que las
guerras se inventasen. “Barbus Müller”,
anoté entonces en el móvil, sin encontrar el autor ni ningún panel explicativo.
Cuando luego
investigué en Internet, y tras percatarme que el título no correspondía más que
a “barbudos de Müller”, me di cuenta de que era difícil encontrar algo sobre
ellos, casi imposible
en castellano. Se trata de una serie de estatuas cuyo origen se desconoce,
esculpidas en granito o piedra volcánica. Su nombre proviene del coleccionista
Josef Müller, que las descubrió en un anticuario en 1940, y del hecho de que
varias de ellas portan una barba muy característica.

Y
nada más. No hay más información. Si fuesen obra de algún autor reciente, como
todo parece apuntar, cabe preguntarse si éste ha querido mantenerse oculto a
propósito. Puede que algún artista
quisiese llevar el concepto de Art
Brut al extremo, y no sólo representar la naturaleza atávica y naíf que aún
podía encontrar en los pacientes de hospitales psiquiátricos, sino también conferir
a la obra el anonimato forzoso de cualquier obra primitiva. Tanto podrían ser
obra de algún aficionado como la broma de algún artista, quizás incluso del
propio Dubuffet.
Pero,
¿en realidad importa eso? La mirada pacífica y como fuera del tiempo, su
presencia sólida y totémica, siguen estando ahí, en cada una de las estatuas, independientemente
de su autor y de su tiempo. El misterio no las hace sino más interesantes, y
nos permite aproximarnos a ellas como lo que son, sin prejuicios fruto del
contexto en el que fueron creadas.
Por
cierto, estaría muy bien que Gallimard reeditase los números de l’Art Brut de
Dubuffet, al menos el primero, del que ya se presentó una reedición en 1979 en
Ginebra. Seguro que son un documento esencial para comprender el movimiento. Y
me come la curiosidad por no poder encontrarlos.