miércoles, 29 de febrero de 2012

Una enciclopedia del mundo

En definitiva, una magnífica fuente de referencia en cuestiones geográficas. Echarle cada día un vistazo a la ficha de un país (unos 5 minutos) es una buena forma de situarte mejor respecto al resto del mundo.

(Gracias al profesor Bristow, que lo mencionó en clase)

martes, 28 de febrero de 2012

Hostias sobre hielo

Siempre había oído que el hockey sobre hielo era un deporte bastante “sucio”, en el que se permitían empujones de toda clase para competir por el disco. Y también que era peligroso, pues nunca se sabe dónde puede acabar una de esos patines, con sus afiladas cuchillas. Pero no me esperaba lo que vi el pasado 16 de febrero en el Staples Center de Los Ángeles, en el partido entre LA Kings y Phoenix Coyotes.

Resulta que aparte de la mencionada laxitud del reglamento en lo que a contacto físico se refiere, están permitidas las peleas. Sí, peleas. Si un jugador está molesto con el juego sucio de otro y cree que los improperios verbales no le resarcen lo suficiente puede recurrir a sus puños y liarse a cates. Y los árbitros sólo se limitarán a mirar sin intervenir hasta que uno de ellos aparezca como claro vencedor.

Es chocante cómo en mitad del partido el juego se para, todo el mundo empieza a jalear y ves a los protagonistas arrojando el stick a un lado, quitarse los guantes y adoptar posición de boxeo. Hasta saltan a menudo los cascos de las hostias, y lo normal es que terminen tirados en el hielo, agarrándose, hasta que al fin los separan. Y por haberse peleado, cinco minutos de penalización en una salita al lado de la pista, separados, claro está, vayan a pelearse otra vez sin que el público pueda verlo. Porque lo que más suele gustarle a la gente que va al hockey son las peleas. Se vuelven loquitos, y hasta en los comentarios deportivos se habla de quién se peleó más durante la temporada o cuánta tensión hay entre los equipos.

Este deporte bebe de la América más cerril y sexista, la que defiende el derecho a llevar armas y la ley del más fuerte. Es otro ejemplo más del liberalismo extremo de la sociedad americana, aparte de por el ojo por ojo y el sálvese quién pueda, porque se ajusta a la demanda del público sin considerar ningún aspecto moral, sólo considerando la vía para conseguir más beneficios económicos. Así no creo que aprendan los niños americanos a solucionar los problemas dialogando. Así seguirán considerándose correctas intervenciones como las de Vietnam o Irak, los abusos de Israel o la falta de ayudas a los que no pueden pagar un seguro médico decente. Y allá cada uno que se las apañe como pueda.

lunes, 27 de febrero de 2012

Historia del Documental

En la televisión actual se producen y se ven más documentales que nunca. Hay canales específicamente dedicados a ellos y una amplia audiencia se entretiene siguiendo las aventuras de los elefantes africanos en busca de agua o el costoso proceso de fabricación de una pelota de golf. Pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en el que los documentales no podían competir comercialmente con el resto del cine y debían ser financiados por las instituciones gubernamentales, mientras que ahora las películas de Michael Moore superan en taquilla a la mayoría de las de ficción.

El fantástico libro de Jack C. Ellis y Betsy A. McLane, A New History of Documentary Film, analiza la evolución de este complejo género cuyas fronteras son más difusas de lo que en un primer momento podemos pensar, desde Nanook, donde Flaherty grabó la vida de los inuit, hasta Super Size Me, esa protesta contra la comida basura cuyo protagonista emplea un mes de su vida comiendo sólo en McDonald’s, pasando por la importante labor de Grierson al frente del National Film Board de Canada o la innovación del cinéma vérité en los 60.

Ellis y McLane no se limitan a exponer los hechos sin más, sino que analizan su origen y su conexión con otros movimientos, ya sea dentro del cine o fuera de él. Se hace especial énfasis en cómo los cambios tecnológicos han ido influyendo en la forma de hacer documentales más allá de la reducción de tamaño de las cámaras. Así, por ejemplo, la llegada de la televisión trajo consigo una necesidad de rellenar horario con documentales, más baratos de producir que el material de ficción en la mayoría de los casos. Cada capítulo se complementa con una filmografía esencial sobre ese periodo.

Aunque se advierte al lector desde el principio, el libro tiene un rango de análisis temático y geográfico restringido sin el cual sería mucho más interesante si cabe. En primer lugar, los autores califican como documental sólo aquellos que tienen una temática social y humana, lo que deja a los de naturaleza o tecnología fuera del análisis. Sin embargo, la segunda edición, que sale al mercado en abril de este año y que está firmada sólo por McLane, parece que va incluir nuevos capítulos para tratar, al menos de forma superficial, otros subgéneros. La segunda limitación es que, como bien reza el subtítulo (que ya podrían poner en la portada), se centra en documentales producidos en Estados Unidos, Canada y Reino Unido. Si bien al principio se dedican un par de capítulos al documental ruso de los años 20 y al movimiento avant-garde europeo, sólo se hace referencia a documentales producidos en otros lugares en la medida en que estos han influido en los de estos tres países. Así, los capítulos en los que se habla de lo producido para televisión pueden resultar tediosos para el lector extranjero. Por ello, a no ser que se amplíe más la obra, dudo mucho que sea alguna vez traducida al castellano.

(Gracias a Natalia por prestarme el libro)