miércoles, 11 de julio de 2012

El pasatiempo favorito de Man Ray



Seguro que todos conocéis la famosa fotografía que encabeza este artículo, pero no tantos habéis oído hablar sobre el origen de su título. La obra pertenece al fotógrafo americano afincado en París Man Ray, y se publicó por primera vez en junio de 1924 en el número trece de la revista Littérature. La chica que aparece retratada es Kiki de Montparnasse, modelo, cantante y actriz que se convirtió en musa de la crema de la intelectualidad parisina, y sobre cuyas sugerentes curvas Man Ray dibujó la inconfundible forma de los oídos de la caja de resonancia de un violín.
Si la obra ya es bella y original de por sí, su título, Le violon d’Ingres (El violín de Ingres), la enriquece aún más. Pero para darnos cuenta de ello, antes hay que conocer algo de la historia de Ingres. Jean-Auguste-Dominique Ingres (1780-1867) fue un pintor francés a caballo entre el neoclasicismo y el romanticismo pero, sobre todo, un dibujante excepcional, como bien puede apreciarse en las marcadas líneas de sus obras. Uno de sus temas preferidos son los desnudos femeninos, que generalmente enmarcaba en un ambiente oriental exótico, como en El baño turco, que se muestra abajo.


Pues bien, además de su pasión por la pintura, Ingres fue un apasionado de la música. Tanto que a pesar de que nadie le oyó nunca tocar, se extendió por París el rumor de que era un violinista magnífico. Todos sus amigos y conocidos le rogaban que amenizase las reuniones tocando alguna pieza, a lo que Ingres respondía con una sonrisita, aduciendo que sus días como músico habían acabado cuando a los dieciséis años dejó la orquesta del Capitolio en Toulouse, donde era segundo violinista. Esto dio lugar a la expresión francesa violon d’Ingres, que equivale a ‘pasatiempo favorito’, una actividad que no es nuestra principal ocupación pero a la que nos entregamos con entusiasmo, tal y como se decía que Ingres tocaba su violín.
Así se explica el aspecto de odalisca ingresiana de Kiki y esa fusión entre el violín y la pintura que, supuestamente, se daban en Ingres. Me pregunto cuál sería el proceso creativo de esta fotografía. ¿Estaría todo planeado? Odalisca, violín, Ingres… ¿O acaso a Man Ray se le ocurrió la idea tras revelar las fotografías de una sesión a Kiki de Montparnasse? De cualquier modo, la asociación entre la modelo, el concepto de ‘pasatiempo favorito’ y la historia de Ingres me parece deliciosa.

lunes, 9 de julio de 2012

Nick Waterhouse y su estilo vieja escuela


El californiano Nick Waterhouse, al igual que su música, parece salido de una máquina del tiempo. A este chaval de 25 años, con cara de niño bueno, peinado de raya definida y gafas de pasta, lo que le atrae es el Rhythm & Blues de los 50. Y no es que intente adaptar esos sonidos de cuando el rock estaba todavía en pañales a las tendencias musicales actuales, sino que intenta emular directamente a sus viejos ídolos en busca del single perfecto.
Las técnicas utilizadas para grabar sus singles son las mismas que las empleadas en los antiguos estudios de grabación, donde la digitalización de la música no era posible y todo el proceso se realizaba en analógico. Y es que como bien se lee en el texto que acompaña a su primer álbum, Time’s All Gone, publicado este año por Innovative Leisure (Los Angeles) y cuyo título no puede ser más significativo, “todo lo referente a Nick Waterhouse comenzó con un single de 45 rpm”.


Su pasión por los 45 revoluciones, desarrollada en parte en la tienda de Dick Vivian, en San Francisco, se adivina en todas las canciones del álbum: melodías simples pero vibrantes, letras repetitivas, doo-wahs y chasquidos de dedos. El saxofón de Ira Raibon está muy presente y es el instrumento que le da cuerpo a todos los temas.
Incluso la presentación del álbum sigue el estándar de los 50, pues el póster que acompaña a la versión vinilo y al CD es en blanco y negro y con una maquetación propia de la época. Por supuesto, Waterhouse ha dado prioridad al vinilo sobre el CD, cuyo formato es igual al del primero (mismas proporciones pero en tamaño CD) y que creo ha sido editado por una cuestión puramente práctica en unos tiempos en los que sólo unos pocos conservan un reproductor de vinilos.
Aunque demasiado obsesionado bajo mi punto de vista con su puritanismo musical, que parece convivir con un exagerado desdén por lo actual, Waterhouse ha creado un disco con mucho encanto y muy bailable. Bailable al viejo estilo, claro está. Quizás está aún lejos de conseguir el single perfecto, como él quería, pero sus canciones consiguen retrotraerte a una América en la que los chicos se llamaban Bobby y las chicas Peggy Sue, cuando el Rock’n Roll estaba llamado a convertirse en el rey de todas las músicas.