El
californiano Nick Waterhouse, al igual que su música, parece salido de una
máquina del tiempo. A este chaval de 25 años, con cara de niño bueno, peinado
de raya definida y gafas de pasta, lo que le atrae es el Rhythm & Blues de
los 50. Y no es que intente adaptar esos sonidos de cuando el rock estaba
todavía en pañales a las tendencias musicales actuales, sino que intenta emular
directamente a sus viejos ídolos en busca del single perfecto.
Las técnicas
utilizadas para grabar sus singles son las mismas que las empleadas en los
antiguos estudios de grabación, donde la digitalización de la música no era
posible y todo el proceso se realizaba en analógico. Y es que como bien se lee
en el texto que acompaña a su primer álbum, Time’s
All Gone, publicado este año por Innovative Leisure (Los Angeles) y cuyo
título no puede ser más significativo, “todo lo referente a Nick Waterhouse
comenzó con un single de 45 rpm”.
Su pasión por los 45 revoluciones, desarrollada en parte en la tienda de Dick Vivian, en San Francisco, se adivina en todas las canciones del álbum: melodías simples pero vibrantes, letras repetitivas, doo-wahs y chasquidos de dedos. El saxofón de Ira Raibon está muy presente y es el instrumento que le da cuerpo a todos los temas.
Incluso la
presentación del álbum sigue el estándar de los 50, pues el póster que acompaña
a la versión vinilo y al CD es en blanco y negro y con una maquetación propia
de la época. Por supuesto, Waterhouse ha dado prioridad al vinilo sobre el CD, cuyo
formato es igual al del primero (mismas proporciones pero en tamaño CD) y que creo
ha sido editado por una cuestión puramente práctica en unos tiempos en los que
sólo unos pocos conservan un reproductor de vinilos.
Aunque
demasiado obsesionado bajo mi punto de vista con su puritanismo musical, que
parece convivir con un exagerado desdén por lo actual, Waterhouse ha creado un
disco con mucho encanto y muy bailable. Bailable
al viejo estilo, claro está. Quizás está aún lejos de conseguir el single
perfecto, como él quería, pero sus canciones consiguen retrotraerte a una
América en la que los chicos se llamaban Bobby y las chicas Peggy Sue, cuando
el Rock’n Roll estaba llamado a convertirse en el rey de todas las músicas.
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