jueves, 25 de junio de 2009
No me dejes nunca
París, años 20. Lugar de confluencia de todos los movimientos culturales que rompen con fuerza en la Europa de entreguerras y refugio de intelectuales de todo el mundo, norteamericanos incluidos. En sus cafés y librerías se encuentran artistas de la talla de James Joyce, Ernest Hemingway, Ezra Pound o Scott Fitzgerald... para hablar de los tebeos que dibujan.
Este es el peculiar marco de No me dejes nunca, fabuloso cómic de un autor noruego, Jason, que no deja de asombrar al público. Publicado ya hace 4 años, la obra fue elegida mejor novela gráfica de 2006 por Entertainment Weekly y ganó el Premio Eisner en 2007 a la mejor obra extranjera.
Y es que No me dejes nunca es una maravilla en todos los aspectos. Jason representa a sus personajes como animales, principalmente perros, pero esto no quita cariz adulto a la historia. Es más, esos rostros perrunos, alargados, sin sonrisas y con sus característicos ojos sin pupilas, reflejan perfectamente el tormento interior de los protagonistas. Jason maneja el lenguaje gráfico con total maestría, intercalando perfectamente los silencios, utilizando en lo posible el lenguaje gestual y obviando las intrusiones narrativas para hacer trabajar al lector (como bien alecciona en el cómic Gertrude Stein a Hemingway).
Además del apartado gráfico, la ambientación y el transfondo mantienen al lector no demasiado ajeno a los avatares del París prevanguardista con una permanente sonrisa cómplice. La cantidad de referencias son apabullantes, desde la librería Shakespeare & Co hasta las reflexiones taurinas de Hemingway. Todo ello con el nuevo enfoque de sustituir la literatura por los tebeos: se habla de entintado, de alineación de viñetas o de cómo Tólstoi en Guerra y Paz "no es mal dibujante, pero todos sus personajes se parecen". Pero en mi opinión, el protagonista mejor elaborado es Scott Fitzgerald. Continuamente dominado por su adorada Zelda, tiene que publicar historietas en el Saturday Evening Post para pagar los caprichos de su esposa, no sintiéndose a la altura de sus afamados colegas.
Y aunque en un primer momento parezca que todo va a ser simplemente un reflejo irónico de lo que se cocía en el Barrio Latino, la historia da un giro considerable, y Jason juega con esos personajes reales construyendo su propia ficción y reflejando las neuras propias del ambiente urbano. Un cómic desesperantemente breve (aunque no fácil), perfecto para retomar entre las lecturas de Ulises, El Gran Gatsby o El Viejo y el Mar. Una auténtica maravilla.
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