La gente se está hartando un poco de los avatares de los famosos y ahora tienen más éxito los programas en los que se documenta la vida de la gente más corriente, desde aquellos que no pueden pagar la hipoteca o que tienen problemas con sus hijos hasta drogadictos, prostitutas o sin techo. A la masa le gusta ver que dos calles más abajo tienen a alguien que lo está pasando peor que ellos, que sus problemas no son nada comparado a los que hay fuera, y eso, señores, me parece lamentable. Si lo mediático es la desgracia de los demás, ¿qué puede hacerse para solucionarla?
A esto se le unen la increíble variedad de reality-shows, los sempiternos programas del corazón o las crónicas de sucesos, cuyo lugar es muy destacado en ciertos telediarios. Todo a costa de captar audiencia con el morbo que generan las gracias y desgracias ajenas. Vaya país, proclamo.
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