Siento el retraso en esta entrega de Brevísima Historia de la Astronomía, que no he podido publicar a tiempo. Esta tardanza se debe a que estoy en Londres aprendiendo inglés, y en la residencia en la que me alojo Internet no funciona demasiado bien, además de que sólo lo hace en el vestíbulo. Así pues, intentaré seguir publicando estas tres semanas que estoy por aquí, pero no prometo nada.
En fin, a lo que vamos, en esta entrega hablamos de Kepler, considerado como el primer defensor serio del sistema copernicano.
Al contrario que Tycho, Johannes Kepler, nacido en 1571, procedía de una familia humilde. El joven Kepler estudió en un principio para ser pastor luterano. Sin embargo, no podía dejar de fijar su vista en el cielo y en los misterios que ocultaba. En ello se entreveía parte de su inclinación teológica: tenía la intención de encontrar una armonía en el Universo que evidenciaría la presencia de un diseñador inteligente. Consideraba a Dios como un geómetra, que había dispuesto las órbitas planetarias en función de los cinco sólidos regulares.
Mientras tanto, Tycho se vio obligado a huir de Dinamarca por disputas políticas y se refugió en la corte del emperador Rodolfo II, en Praga. Kepler aceptó la invitación del danés, que había leído sus primeros trabajos, de trabajar con él, y a partir de 1600 comenzó a estudiar los meticulosos datos de Brahe, especialmente los relacionados con el movimiento de Marte, difícil de ajustar. Hay que decir que el acceso libre a esos datos no le fue fácil debido a la diferente personalidad de los implicados: Tycho era un noble vividor, que gustaba de organizar opulentos banquetes, mientras que Kepler era un ferviente luterano obsesionado con su trabajo. El danés pretendía que Kepler utilizase sus datos junto con sus habilidades matemáticas para justificar su propio modelo, en contra del copernicanismo kepleriano.
Al final, Kepler consiguió estudiar libremente esos datos (y el puesto de Brahe, tras su muerte), y a partir de ellos extrajo una serie de conclusiones, más tarde conocidas como las Leyes de Kepler. En primer lugar, consideraba un sistema heliocéntrico en el que la órbita de los planetas trazaba una elipse, con el Sol en uno de sus focos. Determinó además que el brazo que unía ambos cuerpos barría áreas iguales en tiempos iguales, lo que explicaba la diferencia de velocidad en cada punto de la órbita. Por último, concluyó que el cuadrado del periodo orbital era proporcional al cubo del semieje mayor de la elipse. Todas estas conclusiones fueron publicadas en dos libros sucesivos, “Astronomia Nova” y “La Armonía del Mundo”.
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