En esta entrega de Brevísima Historia de la Astronomía hablaremos de las grandes mentes matemáticas del siglo XVIII, que hicieron un aporte importante al conocimiento astronómico, y de cómo el interés pasó de los planetas y cuerpos del Sistema Solar a las estrellas, hasta ahora consideradas inmóviles en el cielo.
El siglo XVIII contó además con eminentes matemáticos como D’Alembert, Euler, Lagrange, Laplace y, algo más tarde, Gauss, cuyos avances, especialmente en la teoría de series y en el cálculo diferencial, permitieron aplicar correctamente los modelos newtonianos. Determinaron que el Sistema Solar era estable, ajenos a la teoría caótica, que más tarde desarrolló Poincaré, ya en el siglo XIX.
Una vez que se dejaron de observar cosas nuevas en el Sistema Solar, el interés astronómico pasó a las estrellas, que hasta ahora se consideraban fijas y necesarias únicamente como referencias para medir la posición de otros cuerpos, cuestiones astrológicas aparte. Desde siempre se ha intentado medir una variación en la posición de las estrellas, lo que demostraría que, efectivamente, la Tierra está en movimiento. Sin embargo, no comenzó a detectarse movimiento estelar hasta que mejoraron las técnicas de observación en el siglo XVIII.
A partir de aquí comenzaron a sucederse los descubrimientos, en especial en relación a la luz, como, por ejemplo, su aberración o la finitud de su velocidad. Se habían observado también estrellas que cambiaban su brillo, ante lo que Bouillau dio en 1667 una explicación gordiana: esos astros tenían manchas como nuestro Sol pero más grandes, las cuales conseguían reducir el brillo dependiendo de su posición. El modelo del cosmos variaba sin cesar, mejorándose las versiones anteriores hasta llegar a la forma de disco plano de la Vía Láctea.
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