Este domingo, en nuestro viaje particular por la historia de la Astronomía hablaremos ya de la labor de Isaac Newton y de la eficacia de la Ley de Gravitación Universal.
En el ambiente al que nos referimos en la última entrega, a Newton le surgieron preguntas sobre qué movía a los planetas, principalmente incitadas por la correspondencia con Hooke. Esto le llevaría después a enunciar la Ley de la Gravitación Universal en sus famosos “Principia”, publicados en 1687. Con esta ley dotaba de universalidad a las ideas de Hooke, extendiendo el efecto de la fuerza gravitatoria a todo el espacio y considerándola proporcional al inverso del cuadrado de la distancia al centro de masas del cuerpo. Además, otorgó consistencia a dichas ideas expresándolas de forma matemática, lo que permitía el estudio cuantitativo de los fenómenos celestes.
La teoría newtoniana tuvo un éxito inmediato, encumbrando rápidamente a su artífice, que se negó a reconocer el mérito de Hooke en la tarea. Los descubrimientos que se realizaban corroboraban los resultados predichos por la Ley. Así, se pudo predecir la vuelta del cometa Halley con bastante exactitud y, algo más tarde, en 1846, se descubrió el planeta Neptuno gracias a las perturbaciones observadas en la órbita de Urano, predichas por las ecuaciones de Newton.
Sin embargo, aún era temprano para establecer un modelo completo del Sistema Solar, y había numerosos hechos cuya causa era desconocida, como por ejemplo el gran hueco existente entre las órbitas de Marte y Júpiter. Newton alegaba que toda la configuración se debía a la Providencia, una forma elegante de decir que en esa época aún no podía llegarse tan lejos.
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