Puede que el pintor belga James Ensor no sea demasiado conocido por el gran público, a pesar de que es considerado precursor del expresionismo y el surrealismo y uno de los artistas más originales de su época. Durante todo el verano se ha exhibido en el MOMA de Nueva York una retrospectiva de la obra del artista en la que se mostraba la evolución pictórica de su época más productiva (1880-1890) a través de 121 cuadros.
Nacido en 1860, su trayectoria artística comenzó con cuadros realistas y oscuros, en los que se representan escenas cotidianas de la época, desde salones burgueses a tabernas llenas de borrachos, plagados de personajes serios y lánguidos. Sin embargo, pronto cambió este estilo y sus cuadros adquirieron un tono más luminoso, con colores más llamativos, y los temas tratados se alejaban de la ortodoxia vigente. Con una gran carga de crítica política, Ensor plasmaba reuniones de personajes esperpénticos, fiestas nacionales en las que las autoridades defecaban sobre la gente o caóticos campos de batalla. Muchos de sus cuadros muestran también a esqueletos en distintas actividades (genial aquél con los óseos mendigos buscando el calor del fuego) y se descubre también cierta fijación por los carnavales y por su expresión de lo grotesco. Dibujante magnífico, sus cuadritos a pluma o lápiz son tan excepcionales como sus pinturas, con dantescas caricaturas que se acercan bastante a la expresión gráfica de los cómics. Crítico visionario y artista hiperbólico, Ensor supo canalizar su antipatía ante la hipocresía burguesa a través de la sátira y el humor negro.
La exposición del MOMA se traslada ahora a París, dónde se expondrá desde el mes que viene hasta febrero en el Museo d'Orsay.
Nota: Ante las sugerencias de algunos amigos, he decidido cambiar la tipografía de las entradas a Verdana con el fin de hacer más cómoda su lectura.
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